Columna Dominical

Las ediciones de los diferentes diarios en el país en día Domingo si que son especiales. Normalmente, la entrega es voluminosa, y en esas páginas uno puede encontrar mucho más de lo que los agridulces sabores de la política nos dejan a diario. Arte, cultura, curiosidades, reportajes para todo gusto.

Sin embargo, a mi juicio, el plato fuerte para una edición de Domingo está reservada para la  sección de opinión. Los columnistas se duplican en cantidad y muchas veces en calidad. Algunos ejemplos. Mario Vargas Llosa o Guillermo Mariaca, tienen su espacio en La Razón; Cayetano Llobet y Carlos Mesa en La Prensa y Pagina Siete, respectivamente, son solo algunos de los muchos columnistas que nos brindan su trabajo intelectual  cada Domingo.

Como decía, lineas arriba, la sección de Opinión es mi favorita. Muchas veces paso de alto las noticias de «corte corriente»; sin embargo, las columnas son sagradas. De está mi afición he decidido compartir en el Blog, una de las muchas columnas que se publican en Domingo. Hoy, y estrenando esta sección, comparto el texto de Agustín Echalar Ascarrunz, columnista de Página Siete, que comparte con nosotros su visita al pueblo de Achacachi, bastión del MAS, y con mucho realismo realiza una crítica sana y lúcida a los procesos de descolonización.

La curva recta / Agustín Echalar Ascarrunz

Achacacheñas muy majas

04/12/2010

Acabo de estar en Achacachi, y tengo que decir que me ha entrado el alma al cuerpo; mi visita a ese emblemático lugar me ha devuelto esa sensación de enamoramiento que siempre he tenido con mi país, y que en el último tiempo, no dejaba de tener un “retrogusto” amargo.

De Achacachi hemos oído y hemos visto escenas espeluznantes, primero el brutal sacrifico de los perritos convertidos en opositores al proceso de cambio, y luego la quema de los supuestos ladrones. Ambos actos son más que salvajes, porque lo salvaje tiene su nobleza intrínseca, son muestras de brutal deshumanización, de pérdida de la más elemental compasión,

Achacachi está estigmatizado, arrastra además históricamente una cierta fama de ferocidad; por eso, cuando el miércoles pasado fui acercándome a ese pueblo que está a punto de convertirse en una ciudad, no esperaba otra cosa que hostilidad.

Apenas entrando, me topé con el estadio, el lugar que fue escenario de las brutales escenas arriba descritas. Vimos con mi compañero de viaje que había tumulto y música, y paramos para indagar, y entrando en el estadio a medio construir nos encontramos con una muy agradable sorpresa, el lugar rebosaba de juventud, deporte y alegría.

El colegio Omasuyos, que al año cumple sus bodas de Oro estaba teniendo una jornada de deporte y danza sobre el césped sintético que bien podríamos bautizar como Evocancha, se estaba dando una demostración de gimnasia, luego se sucedería una de capoeira, y finalmente una danza chaqueña de indudable paternidad norargentina; los chicos iban agachados, las chicas parecían unas andalucitas salidas de revista, se veían muy bien, y ellas lo sabían.

El evento me impresionó porque muestra un bienestar económico que hace unos lustros era inimaginable en el campo; basta mencionar, que obviamente todos los presentes tenían buenos zapatos deportivos, amén de los uniformes, y de los trajes de baile. Me ha impresionado, que no estuvieran presentes los bailes vernaculares, sino danzas un tanto exóticas para el altiplano, aunque claro, no me ha extrañado eso para nada, a fin de cuentas son gente joven, que no está haciendo ningún statement político, que simplemente está viviendo su curiosidad, sus ganas de hacer algo diferente.

Luego, paseando por las calles de Achacachi he visto edificios de hasta siete pisos, una buena cantidad de tiendas de artículos electrónicos y celulares, y en la Alcaldía he comprobado que casi todos los funcionarios tienen computadoras. Me ha quedado claro que el tema de “vivir bien” y no vivir mejor, no tiene arraigo entre los achacacheños; ellos quieren vivir mejor, y ejercen, dentro de sus posibilidades, un inequívoco consumismo. Es menos romántico, pero así nomás es.

Eso sí, lo interesante es que en ese Achacachi emblemático, ese lugar a cinco km de donde el señor Vicepresidente aprendió a “amar y a matar” , la juventud se estornuda en la absurda descolonización del “proceso de cambio”, rescata más bien con entusiasmo y donaire su mestizaje, vale decir tanto sus raíces autóctonas como españolas, y de paso se enamora de lo universal, empezando con la capoeira.

Agustín Echalar es operador de turismo.