Fernando Molina, en su ensayo titulado “El pensamiento boliviano sobre los recursos naturales”, invita a un rápido paseo histórico de nuestro país para tratar de entender cuáles son las creencias que los bolivianos tenemos acerca de los recursos naturales. Para este fin, y con mucho prolijo, y no por ello menos riesgo, Molina hace una clasificación de las creencias, que los bolivianos acarreamos a lo largo del tiempo, en tres categorías: Creencias por motivos, que se refiere a las creencias que tiene un colectivo en torno a los intereses materiales; creencias por argumentos, basadas principalmente en las ideologías que se transmiten y reproducen con sus evidentes variantes generación tras generación; y, finalmente, creencias por antecedentes que se originan en el contexto social y cultural de un determinado tipo de sociedad.
Las creencias por motivos, se originan en la más cruda explotación de los recursos naturales a cargo de los españoles en tiempos de la colonia, donde la estrepitosa riqueza del Cerro Rico de Potosí representaba los medios y el fin. Fue en ese tiempo en el que los recursos naturales dejaron de ser solo objetos palpables de una riqueza determinada por ciertos factores, y mutaron en objetos de culto y veneración: de fetichismo, en palabras del autor. Este culto, trasciende los tiempos y se posiciona a día de hoy, tarea nuestra es comprobar que efectivamente así es. Los recursos naturales, no sólo son sinónimo de riqueza, sino también de dignidad, soberanía y es un excelente atajo a la gloria y el enriquecimiento rápido y seguro. Por eso es que la lucha radica en estar cerca de su remuneración y su inmediata distribución.
Creencias por antecedentes, como dijimos al principio de esta síntesis son las creencias empujadas por las ideologías. Se fundamentan, aunque no del todo, en las creencias por motivos. Se puede examinar a través de 3 tesis: a) Recursos naturales a cambio de progreso. Utilizada por las élites librecambistas, para hacer de Bolivia un país exportador de materias primas, tan necesarias en el primer mundo y de esta forma ser retribuidos con progreso. Bolivia no puede montar por sí sola la empresa, necesita la ayuda de capitales extranjeros. Esta es más o menos la idea del neoliberalismo de los años 90, con la excepción de que este planteaba además de lo mencionado, exportar materias primas con valor agregado, fomentar además la industria de los recursos renovables y vender algo más que recursos, añadir servicios. Aquello, evidentemente, no funcionó por el pésimo manejo que se le dio a la riqueza, a favor de una burguesía sedienta de riqueza instantánea; entonces, se dio paso a la solución opuesta: hacerse de los recursos naturales; b) Recursos naturales por independencia económica. Plantea la posibilidad de que seamos los mismos bolivianos los que administremos nuestros recursos naturales, sin dependencia extranjera, de esta forma consolidar una economía independiente y soberana. El fuerte de esta tesis se mantuvo en la Revolución del 52, hasta que sus propios impulsores la traicionaron. Revivió en nuestros tiempos actuales, y hay más de uno, a día de hoy, que insiste en comparar este proceso con la revolución del 52; c) Recursos naturales como una maldición. Los recursos naturales, según esta tesis, que creo yo está más cerca del autor, condenan a Bolivia a un ciclo constante de fracasos, donde todo economías, ideologías y políticas cambian en torno a la constante maldición de los recursos naturales, que no hacen otra cosa más que aumentar los conflictos sociales y la inestabilidad política en el país.
Las creencias por antecedentes es un repaso a la extrema pobreza, que aún goza de cifras significativas. Se originan en un contexto rural donde para sobrevivir las clases sociales bajas, tienden a migrar del campo a las laderas de la ciudad e incrustarse en la informalidad. Debido a la falta de dinamismo de nuestra economía, que es incapaz de reproducir el capital en emprendimientos que puedan albergar a los, cada vez más, migrantes, como también desempleados urbanos, la sociedad comienza a frustrarse y es donde la sed de redistribución se hace más evidente. Incapaces, o incrédulos, de forjar una nueva forma de generar riqueza, las clases más desfavorecidas se sindicalizan para exigir una redistribución más justa de la riqueza, que como hemos visto siempre se origina en los recursos naturales.
Fernando Molina es un gran ensayista, y así lo demuestra en este libro, que desmitifica muchas posiciones y creencias. Molina insiste en un capitalismo más dinámico, capaz de reproducirse e ir creando nuevas formas de capital que alejen al peor de los demonios: el capitalismo político, que es lo que Bolivia viene practicando en su historia, sea como estado o como élite.
Este capitalismo, despierta en la población la necesidad o, en muchos casos, el cumplimiento a una distribución de la riqueza más justa. La distribución es un mecanismo que todo gobierno debe poseer, pero que no puede ser una actividad sin complementarios. Bolivia, en el gobierno de Evo Morales, presenta un cuadro positivo de distribución de la riqueza que se genera en el excedente de los recursos naturales, y ese es un hecho destacable. Sin embargo, nuestra economía focalizada en pocos sectores, impide un crecimiento directamente proporcional a la reducción de desempleo. Esto acrecienta la necesidad de depender de las rentas que provienen del negocio de los recursos naturales. Por eso, sectores populares insisten en la nacionalización de recursos naturales, y cuando esta política falla, revive la necesidad de privatizarlos.
En una libre interpretación, Molina indicaría que estamos destinados a que el ciclo se repita: privatización, estatización, reprivatización, mientras la economía este centrada excesivamente en los recursos naturales, como eje de progreso.
Actualmente los recursos naturales siguen siendo el principal motor de nuestra economía, cuando no de nuestros conflictos y penurias. La era del gas, efímera y fugaz, se ha escapado de las manos bolivianas. Un momento nos prometía ser el epicentro energético, poco de eso queda; de hecho, la tan anhelada industrialización del gas, no parece ocupar un lugar prioritario en la agenda nacional, como debería ser. Ahora, muchas miradas comienzan a cambiar de objetivo: al litio. Entusiastas afirman que un 70% de las reservas de litio se encuentran en suelo boliviano, aunque no haya certificación verídica de ello. Podríamos pasar de la era del gas a la del litio. La matriz energética cambiará, se rumorea, y el litio pasara a ser el nuevo oro.
Los recursos naturales, no son una maldición, son una gran oportunidad para salir de la pobreza en la que nos encontramos, pero si insistimos en una visión de progreso donde el recurso se vale por sí mismo, estamos dando vueltas tras nuestra propia cola. Para ello se necesita más que un presidente y una asamblea, se necesita un cambio de pensamiento para sustituir a este, enraizado en los recursos naturales.